COINCIDENCIAS ENTRE LO QUE APRENDÍ EN STOP RELACIONES TÓXICAS Y MI EXPERIENCIA

Buenas, familia. En primer lugar me gustaría dar las gracias y las mil gracias a David. Si no fuera por él ahora estaría mendigando migajas a mi amo.

David me ha salvado sin buscarlo, me ha salvado de una vampira que me absorbía la sangre poquito a poco con astucia.

Si estáis leyendo ahora mismo todo esto es porque él me animó a publicarlo. Por vosotros, todo por y para vosotros. Siempre está pensando en ayudar a la gente, a los que de verdad merecemos la ayuda, no a quienes te agarran el brazo cuando les das la mano.

A los que estéis pasando una mala racha os mando un fuerte y cálido abrazo. No estamos solos, no lo olvidéis. Confiad en el tiempo, la paciencia y en todos los consejos de David.

Yo también he llorado mares y océanos en la soledad, he deseado volver atrás en el tiempo y he deseado borrar de mi disco duro los recuerdos. Pero recordad que ya no volveremos a ser los de antes, somos unos afortunados por estar aquí.

Mi nombre es Sofía y desgraciadamente he estado dentro de un “casi algo” durante cinco meses con una mujer TLP.

 

COMO EMPEZÓ TODO

La conocí por casualidad en la cafetería de la universidad. Una maldita casualidad que llamó mi atención al instante y que me condujo a acercarme a esa chica curiosa.

Ella aparentaba ser una chica tímida pero a la vez simpática. Parecía que mi extroversión le había animado a soltarse un poco.

Hablábamos, nos reíamos y de vez en cuando soltaba una broma que demostraba que me conocía, a pesar de que nunca nos hubiéramos cruzado. Su cara apenas me sonaba. La conversación fue rápida y acabó con una despedida sin más.

Días más tarde, la volví a ver caminando por los pasillos de la universidad y me entraron ganas de hablar con ella. Intenté alcanzarla pero iba demasiado rápido.

No podía dejar de mirarle la falda y sus piernas. Recuerdo que iba de rojo y llevaba unas medias muy sexis. Un look totalmente diferente al que había visto en el primer casual encuentro. Creo que en ese momento yo ya la estaba siguiendo en Instagram. Como podéis ver… yo misma me había metido en la boca del lobo.

Una tarde, me animo a retomar la iniciativa enviándole un mensaje por Instagram.

Nada más hablar, noté enseguida una enorme e inexplicable conexión que iluminaba hasta mis pestañas. Me tiró la caña muy rápido.

Me encantaba hablar con ella, tenía temas de conversación super interesantes.

A ojos de los demás yo parecía el lobo y ella el corderito. Yo soy bromista, intensa, apasionada, enérgica, justiciera y PAS. Ella era tímida en persona; y graciosa, interesante, amable y muy sociable en redes.

Hablábamos casi las 24h… Por fin había encontrado a una chica interesante que le gustaba hablar tanto como a mí. ¡Cómo iba a dejar de hablar con ella si me había tocado la lotería por salir a buscarla! Sin duda había tomado la mejor decisión. ¡Quien no arriesga, no gana!

Nos veíamos de vez en cuando en los pasillos y ella seguía mostrándose tímida y tierna. Se ponía roja cuando hablaba con ella, daban ganas de comérsela. A la pobre loba le daba vergüenza hablar conmigo en persona, necesitaba las redes para ser ella. Qué especial parecía. Me había tocado el gordo…

Bueno, esto ha sido un resumen de cómo conocí a mi alma gemela. Por suerte, el final de esta historia no terminó en guerra. Por mi parte, terminó con un inesperado despertar que me llevó a cortar la relación y, por su parte, con una combinación de mensajes impulsivos de desesperación y rabietas.

Un uso de todas las herramientas posibles para evitar lo que para ella era un abandono: declaraciones de amor nunca confesadas, manipulaciones, mensajes incoherentes, mentiras…

 

COMO FUE MI DESPERTAR

Antes de empezar a enumerar cada uno de los puntos que me ayudaron a abrir los ojos, voy a compartir con vosotros un pequeño resumen de mi doloroso despertar.

Recuerdo que una vez, mientras investigaba un poco sobre el TLP, encontré el blog de Stop Relaciones Tóxicas. En ese momento no le di mucha importancia, leí un poco por encima y salí de la página.

Meses más tarde, entre búsqueda y búsqueda por internet, me vuelvo a encontrar con el blog. Pero esta vez entro decidida a leer todo detenidamente.

Me asusto leyendo lo peligrosas que son las personas que sufren TLP, pero me quedo con la frase que más me interesa: “Si tu pareja TLP va a terapia, se medica y se esfuerza por mejorar, que tengáis suerte”, o algo así.

Esta frase aparecía en los primeros párrafos. Aún así no pude evitar seguir leyendo, ya no había marcha atrás.

Cuanto más leía más me asustaba, ya que había cosas que coincidían con lo que me había pasado, como lo de sentir que es tu alma gemela tan rápido.
En el blog se hablaba de estallidos que yo no encontraba en mi experiencia porque solo leía acerca de agresiones físicas y verbales. Lo que no sabía era que sus mensajes sutiles y destructores también lo eran.

Con todo lo que había leído hasta entonces, pensaba que no tenía suficientes motivos como para huir de ella. Empecé a sentirme un poco víctima de todas formas.

Sentía ansiedad y pánico, y necesitaba ayuda urgentemente. La confusión me estaba asfixiando. Entraba en el baño, me sentaba en el suelo y rompía a llorar. No daba crédito. Me levantaba del suelo con dificultad, miraba mi rostro débil en el espejo y empezaba a flaquear sintiendo pequeños mareos que lograba controlar afortunadamente. Me sentía sola frente al mundo.

Las únicas personas en las que podía apoyarme eran mis mejores amigos, pero como nunca me había abierto con ellos sobre temas sexuales y amorosos, no me atrevía a dar el primer paso.
Recuerdo que les envié un mensaje en el grupo de WhatsApp con mucho miedo, pero al instante me sentí aliviada y liberada.

Empecé contándoles la buena pero no tan buena noticia: que tenía un “casi algo”. Luego les conté la mala: que ella tenía TLP, que había leído en un blog lo peligrosas que eran estas personas y algunas cosas raras que me había pasado con ella.

Ellos me aconsejaban no adelantarme y esperar. No tenían ni idea de todo lo que había vivido, pero vamos, ni ellos ni yo. Igualmente yo ya no podía parar de investigar.

 

EL ATAQUE DE ANSIEDAD

Más adelante les relaté el ataque que le dio una noche, cuando me pidió de repente que saliera de su coche en mitad del acto sexual porque pensaba que la estaba utilizando.

Esa noche de fuegos artificiales me pidió que parara, se levantó sin mirarme a la cara y se quedó sentada mirando hacia delante.

Su mirada cambió por completo, tenía un rostro pálido y enmudecido. Yo le preguntaba qué había pasado, me sentía confundida. ¡Me sentía una violadora!

El sentimiento de culpa se apoderaba de mí en ese silencio aterrador, hasta que ella lo rompió preguntándome: “¿Tu premio?”. Yo seguía sin entender nada, no entendía ni su reacción ni esa pregunta surrealista. Por un momento supuse que tal vez estaría pensando que yo estaba jugando con ella, ya que no era la primera vez que me acusaba de utilizarla.

Desesperada por calmarla y obtener una respuesta, le daba mil explicaciones que ella ignoraba. No había palabra que pudiera servir para hacerle entrar en razón. “¿Quieres que me vaya?” —le pregunté—. No hubo respuesta.

La ansiedad la tenía atrapada mientras yo permanecía paralizada y llena de confusión.

Cuando volvió a abrir la boca fue para echarme de su coche. Era lo que me faltaba… Si no entendía nada antes, después de esa petición, menos. Rompí a llorar como una magdalena, y al mismo tiempo, entre lágrimas, le preguntaba una y otra vez qué ocurría. Ella seguía ignorándome. No podía creerme lo que estaba pasando… Me estaba echando de su coche sin darme una razón.

La sensación que recuerdo es muy extraña. Estaba enfadada y a la vez sentía culpa, miedo y angustia. Un cóctel. La razón y la emoción enfrentadas.

Me vestí y me calcé con rabia, y cuando estaba apunto de levantarme para irme, apagué mi enfado y me quedé sentada pensando. Como intuía que ese brote sinsentido se debía a su TLP, decidí quedarme. Le pregunté muchas veces si de verdad quería que me fuera. Ella insistía en que debía irme porque “no quería que la viera así”. En su rostro podía leer un rechazo que me señalaba como culpable.

Estaba andando sobre cáscaras de huevo… Daba igual lo que hiciera, si me quedaba la estaba agobiando, y si me iba, confirmaría sus sospechas.

En el fondo sabía que si me iba de ahí ella terminaría bloqueándome y echándome de su vida (semanas después me confirmó que lo hubiera hecho si me hubiese ido). Yo era la pringada que debía permanecer clavada en mi sitio porque me acojonaba la idea de perderla. Me sentía obligada a hacerle entrar en razón para que me perdonara de algo que desconocía y no había hecho.

Si de verdad la quería debía pagar un alto precio: el sufrimiento.

Empezó a sentir más y más ansiedad, abrió las ventanas del coche para tomar el aire y poco a poco logró tranquilizarse un poco. Me quedé esperando a que se calmara para acercarme a ella. Luego la abracé y la tranquilicé.
Minutos después me contó que yo le había recordado a su ex. Se disculpaba y al mismo tiempo justificaba su comportamiento. Empaticé enseguida con ella sintiendo una enorme pena por ella. ¿Cómo no iba a perdonarla? ¡Ahora todo tenía sentido! Y a mí… ¿Quién me abrazaba a mí?

El susto que me había dado y lo mal que lo había pasado se lo llevaba el viento.

 

ENTIENDO QUE ESTOY EN UNA RELACIÓN TÓXICA

Evidentemente, entiendo que el ataque que le dio no puede controlarlo. Pero no puede hacerme responsable de ello y mucho menos pagarlo conmigo. ¿Qué culpa tenía yo?

¿Tener TLP significa hacer daño a quien más te quiere? ¿Significa dejarme llorando mientras se ocupa solo de sí misma como si yo fuera inmune al dolor? Aun estando rota de dolor estuve todo el tiempo preocupándome por ella. Esperando con las lágrimas en los ojos a que se encontrara mejor. Siempre se repetía la misma historia. Cuidar y ayudar a mi niña aunque duela.

Como respuesta a este suceso, mis amigos me advirtieron de que tuviera mucho cuidado. Como en aquel entonces pensaba que la víctima del episodio era ella, entré en pánico y empecé a temblar.

Se confirmaba lo que me negaba a aceptar: estaba dentro de una relación tóxica.

Me puse a seguir leyendo y a seguir leyendo con más frecuencia. Intentaba encontrar una relación entre mi experiencia y lo que redactaba David en su blog.

Entré en el chat que tenía con ella y me puse a buscar palabras clave para encontrar mensajes tóxicos. Me quedé alucinada leyendo todas las barbaridades que había olvidado.

 

LAS 31 BARBARIDADES PUNTO POR PUNTO

Y ahora si, voy a explicaros las treinta y una barbaridades, manipulaciones, agresiones… que ella cometió contra mi.

 

⦁ 1.- Una marcada inmadurez emocional.
Durante la amistad con derecho a roce, ella me echaba la culpa constantemente cuando ambas jugábamos la una con la otra. Solo había que ver su cara de placer…

 

⦁ 2.- Tendencia a proyectar sus defectos en los demás mediante la proyección, técnica psicológica de defensa.
Me llamaba egocéntrica, me decía que la usaba como un juguete, que era fría, calculadora, insensible, que sólo quería su atención, que no sabía valorar una amistad… Unas veces me lo decía entre broma y broma, y otras, entre estallido y estallido. A mí me dejaba helada con todas estas palabras, lo que no sabía era que hablaba de sí misma y no de mí.

Según Wikipedia, la identificación proyectiva alude a un mecanismo de defensa psíquico. Término introducido por Melanie Klein para designar un mecanismo que se traduce por fantasías en las que el sujeto introduce su propia persona (his self), en su totalidad o en parte, en el interior del objeto para dañarlo, poseerlo y controlarlo.

 

⦁ 3.- Son expertos en darte charlas sobre moralidad. Como no tienen una personalidad formada copian ideas y conductas socialmente aceptadas y te las sueltan como si las tuviesen integradas realmente. Sin embargo nunca las demuestran con sus actos.
Tus puntos débiles te los recuerdan convenientemente de manera muy sutil, a veces disfrazado de consejo. Sabrán analizar e identificar dónde fallas, y te harán saber que ellos funcionan muy bien en esas áreas que a ti te cuesta más trabajo.
Durante una entretenida conversación, le cuento las surrealistas experiencias que he tenido con unas cuantas mujeres y ella termina llamándome egocéntrica. Afirma que da la sensación de que todo gira a mi alrededor y enfatiza que sus amigos piensan que soy egocéntrica. Luego rectifica y me dice “que es broma y que aunque dé esa sensación no es verdad”, mientras tanto, lamentaba que “la gente” pensara eso de mí —claro, ella se estaba lavando las manos. Me llamaba egocéntrica pero le echaba la culpa a la gente—.

De nuevo me decía que sí lo era… Yo, como es evidente, me enfadaba porque sabía que no era cierto. Pero entre mareo y mareo me hizo dudar tanto de mí misma que terminé creyéndomelo. Perdí mi identidad. Debía hacerle caso, ya que ella me decía que “sólo quería que yo mejorara” y que “no debía enfadarme”. Cómo iba a sospechar de su oscura intención. De hecho, hasta se atrevió a decirme que “pensaba que no lo era porque no me veía como lo hacían los demás”.

Entre tanta confusión y pérdida de identidad terminé haciéndome un test rápido de egocentrismo. Estaba tan convencida de que podría serlo aunque fuera un poquito que tenía que salir de dudas. Terminé el test y salió negativo. Efectivamente no era para nada egocéntrica.

Yo, como tonta, compartí con ella el resultado. Su reacción fue una risa desenfrenada. Le hizo mucha gracia que me hubiese hecho un test, fíjate tú lo macabra que era. Y a pesar de ver el resultado seguía en su línea. No sé ni cuándo ni por qué le llegué a confesar que tal vez podía ser un poquito egocéntrica.

Me dijo que “si me enfadaba era por algo y que quizás en el fondo sabía que lo era, aunque yo no lo aceptara”. Me confesó que ella tenía rasgos narcisistas y que como odiaba ser así lo controlaba para que nadie lo notara. Más adelante me soltó directamente que era narcisista, ni rasgos ni nada, directamente NARCISISTA.
Por supuesto, yo lo pasé por alto sin cuestionarme nada. Ignoré el peligro que supone relacionarse con una persona así. No me estaba dando cuenta de que ella proyectaba en mí lo que ella misma era.

A continuación, voy a intentar resumir la extensa conversación que mantuvimos:

Primero me pregunta el motivo de mi enfado, ya que según ella, “yo me lo digo a mí misma”.

Le contesto que “me molesta que esas palabras salgan de la boca de mi amiga, mi amiga entre comillas”. Ella aprovecha para ofenderse por llamarla “amiga entre comillas». Se agarra como una garrapata a la frase para manipular y cambiar su rol de verdugo a víctima.

Comienzan sus amenazas para tomar el control y torturar. Me iba a bajar al rango de conocidos. 󠀤No me estaba dando cuenta de que la estaba llamando mala amiga y no “amiga entre comillas” como ella pretendía hacerme ver. Tenía derecho a enfadarse igualmente, pero en su mente es preferible la manipulación.

Perpleja, le expreso el motivo de mi enfado. Lejos de comprenderme, continúa recordándome lo de “amiga entre comillas”—lo que me estaba queriendo decir era: y me la suda lo que te ofenda, te voy a ofender las veces que me dé la gana y si te atreves a defenderte manipularé la conversación para salir ganando—.

Termino pidiéndole perdón. La experta manipuladora me derrota con su manipulación.

Por temor a perderla le expreso también el cariño que le tengo. A continuación, me sirve unos consejitos, los típicos de “consejos vendo que para mí no tengo”. Me dice que “no lo hace con mala intención, solo para que me dé cuenta de mis actitudes”.

Para calmar confiesa que “con los egocéntricos, le entran ganas de joderles, pero sin malas intenciones, solo para que vean sus actitudes y no se crean el ombligo del mundo” —ese era mi castigo, me merecía el escarmiento. Parece ser que la narcisista no soporta que otros le roben su mundo—.

Pero ahora bien, ¿alguna persona racional sabe cómo se puede joder a alguien pero sin mala intención? Me estaba jodiendo y lo peor es que lo estaba reconociendo.

A todo esto le respondo con un “Adelante”, le animo a que lo haga, pero ella se niega porque “no quiere alimentar mi ego”. Continúa diciendo que “ella se preocupa por los amigos que realmente la valoran” —y es que yo no era una buena amiga como ella porque no le permitía maltratarme.

Ella me descalificaba porque era una buena amiga y yo una muy pero que muy mala amiga—. Recalca que “ella lo da todo por sus amigos, pero sin embargo, si no la consideran su amiga, ni se molesta” —si es que no la merecía…—.

Yo le respondo que la considero una amiga, pero ella prefiere “amiga entre comillas” y me lo recuerda una y otra vez para mantener el drama.

Le contesto que no le encuentro sentido a seguir discutiendo. ¿Sabéis que me respondió? Me respondió que “La vida es aburrida sin dramas” —y como la vida es aburrida sin dramas no me importa hacer sufrir a quienes me quieren. Mi prioridad es divertirme a cualquier precio, lo primero es lo primero—.

Me recuerda que soy una conocida en su vida. Yo me ablando y le repito una vez más que la quiero.

Así me quería, débil, rendida y arrastrándome por ella.

Me había dado un buen merecido, así aprendía a no defenderme de sus ataques de una vez por todas.

Al final termina convenciéndome de que soy egocéntrica, logra su objetivo. Le reconozco que lo soy y le digo que la quiero.

Ahí estaba yo, suplicándole de rodillas que me quiera, haciéndome cada vez más pequeñita.

Ella me rechaza, disfruta con mi sufrimiento. Yo le reitero que la quiero a pesar de que ella no sienta lo mismo. Ella aprovecha mi debilidad para terminar de rematarme con esta preciosa frase:

“¿Pero qué ven mis ojos? ¿Una egocéntrica buscando cariño?” —sí, efectivamente, estaba buscando el cariño de una psicópata. Qué ilusa…—.

Convencida de sus palabras le digo que no me doy cuenta cuando actúo de esa manera. Con toda su buena intención me responde que “me lo dirá cuando ocurra” —qué buena persona es ella… La narcisista disfrazada de humilde es experta cazando egocéntricos—.

A la pregunta de “Por qué eres tan dañina” reacciona descojonándose de risa y reconociendo su pasión por el drama. Asomaban la patita sus rasgos psicopáticos.

No sólo disfrutaba en las discusiones y sentía placer viéndome sufrir, sino que además se reía descaradamente como cuando un asesino celebra con risas haber matado a alguien.

A continuación, intenta dar pena para suavizar la situación, ya que sospecha de que su verdadera cara ha podido ser descubierta. Pasa de la risa al llanto. Finge fríamente tener remordimientos. Confiesa hacer mucho daño sin querer y sin saber el porqué —es una maltratadora de libro—.

Reacciono patidifusa a sus risas, y ella, que no entiende que me asuste su complacencia maliciosa, se atreve a decirme que “si yo puedo ser como quiero, ella no iba a ser menos” —en otras palabras: “¿cómo se te ocurre privarme de hacerte daño?”—. Enfadada, le digo que yo no le hago daño y le recrimino su manera de disfrutar el drama, el cual a mí me hacía daño.

“Te aguantas”. Eso me dijo, “te aguantas” —¿o te pensabas que te iba a pedir perdón? ¿Desde cuando una psicópata empatiza con alguien?—. Seguidamente me dice que “Es una broma” —y no, no lo era—. A un “Joder” que le envío me dice que “me enfado muy rápido” y me pide que me calme y respire. Me hacía ver que su maltrato no era para tanto, que no debería enfadarme por algo insignificante —no es nada, el problema soy yo que me enfado muy rápido. Eso sí, si fuera al revés, el pollo que me hubiera montado estaría justificado—.

Y la cosa no se quedó aquí… Por la noche siguió la fiesta…

Yo le comparto la captura del resultado negativo del test del egocentrismo y ella se parte de risa como si no hubiera un mañana —en su mente maquiavélica resulta muy gracioso bajarme la autoestima—.

Con toda su altanería exprimida sin dejar ni gota, se atreve a decirme que es ella quien tiene que hacerme el test para comprobarlo —obviamente sólo ella podría ofrecerme un diagnóstico acertado. Ella es la psicóloga, la profesional, la grandiosa que todo lo sabe. Así que me tocaba esperar su validación para conocer el verdadero resultado y quedarme así más tranquila—.

Me decía que “a lo mejor no pensaba que lo fuera porque no me veía como lo hacen los demás”, que “a veces da la sensación de que creo que todo gira a mi alrededor”. Luego me decía que “entendía mi enfado pero que debía saber que no lo hacía con mala intención” —y si no lo sabía ya se encargaría ella de hacérmelo saber y hacerme ver que la mala era yo por enfadarme—.

Mientras tanto se lavaba las manos echándole la culpa a los demás, ya que, según ella, eran los demás los que lo comentaban. Y para ella, “si me enfadaba era por algo porque quizás en el fondo sabía que lo era, aunque yo no lo aceptara” —claro, aceptar un descalificativo tan desagradable viniendo de una persona que “te quiere” no es para tanto. Mi enfado estaba de más. Estoy loca—.

Después se sirvió a sí misma de ejemplo.

Os animo a coger papel y boli para anotar los consejos de la experta. No solo reconoce tener rasgos narcisistas sino que encima lo normaliza.

Lo que me quería decir es que mi comportamiento estaba mal, pero el suyo no porque ella lo controla, ella es lo más.

No solo se siente superior sino que además sabe cómo dejar de sentirse superior, y eso, por supuesto, le hace sentirse superior de nuevo. Ouch. Qué mareo. Continúa aconsejándome que “tengo que ser consciente de mis actitudes y entender de dónde vienen, en vez de ignorarlas” —le dijo la sartén al cazo—.

Nuevamente sigue echándole la culpa a los demás, sintiendo pena por aquellos que piensan tan mal de mí. Le respondo que no tengo que demostrar nada a quien no me aporta nada. Y ella me viene con otro consejito: “hacer todo por y para mí pero sin dañar a los demás” —qué buena era ella, me acababa de hacer daño y me aconsejaba no hacérselo a los demás—. Subraya: “Sobre todo ser consciente de tus actitudes o analizarte a menudo” —ella seguía dándome lecciones—.

Cansada de sus lecciones, le respondo que no voy a darle más explicaciones, y ella, que pretende dejarme de loca, me pregunta si he leído sus mensajes. Tras las lecciones decide irse a dormir pero no sin antes enviarme una tarea para casa: “Cuando vuelva, espero que ya no sigas enfadada” —espero que ya no sigas enfadada porque yo solo intento bajarte la autoestima, hacerte dudar de ti misma y echarle la culpa a los demás del daño que te hago para manipularte y engañarte.

De este modo pensarás que yo no soy la mala. Y además, ella decide hasta cuándo puede durar mi enfado, cuando ella vuelva que ni se me ocurra seguir enfadada…—.

¿Y ahora qué? ¿Se fue a dormir? No. Que el ritmo no pare, que los narcisistas viven de esto. Me aclara que no me ha dicho nada malo y que sus lecciones no iban dirigidas a mí sino a todo el mundo.

Así que, ya sabéis, tomad nota que también va para vosotros. Yo me muestro leal ante ella diciéndole que no me importaría si fuera narcisista porque acepto a las personas tal y como son —pensaba que sólo tenía rasgos, no le quise dar mucha importancia. También es verdad que desconocía lo infernal que era relacionarse con ellos—.

A ella se le hincha la vena leyendo la palabra narcisista. Acababa de entrar en terreno pantanoso.

Si hay que machacar a alguien es a mí, a ella que nadie la toque.

Me pregunta “si alguna vez ha tenido un comportamiento narcisista conmigo” —se cree superior a un test, se cree psicóloga, intenta bajarme la autoestima, etc. Pero ella no es narcisista. La narcisista soy yo—. Ella insiste en que “no está mal ayudar a los demás a darse cuenta de lo que no ven” —no se cansaba de darme lecciones. Qué bonita es—.

Yo seguía ciegamente demostrando mi lealtad a una depredadora chupasangres. Le decía que la iba a querer aunque fuera el mismísimo diablo, no me importaba que fuera una sicaria o una asesina.

Para mi sorpresa recibí otro descalificativo más: “mala amiga”. Encima me llamaba mala amiga. Para colgarse una medalla de “la mejor amiga de todos los tiempos” me suelta: “Los amigos se corrigen y se ayudan a mejorar” —si yo no la ayudaba a mejorar aun sabiendo que era una asesina, era una mala amiga—.

Termina confesando que es ella quien piensa que soy egocéntrica y no su entorno —la mentira y la manipulación le duraron poco—. Y me recuerda que ella lo analiza todo —vamos, que me tenía caladísima. Ella era la psicóloga, la mujer que lo sabe TODO, la grandiosa. Por dios, ¡que le den ya el título y el máster!—. A mi afirmación de que “yo nunca la juzgaría», me contesta con una pregunta. Me pregunta si me ha juzgado en alguna ocasión —se atrevía a llamarme egocéntrica por cosas que según ella veía, pero no me juzgaba—.

Según ella, “siempre me aconseja y me ayuda cuando tengo un problema” —oooh, qué bonita es ella. Me intenta hacer ver lo mucho que la necesito. Qué haría yo sin ella, qué haría yo sin alguien que me machaca sutil y continuamente llamándome egocéntrica mientras aprovecha a manipular la situación. Se me caería el mundo a pedazos si no la tuviera…—.

Cuando le pregunto por qué siempre tiene que expresar sus pensamientos, me responde ofendida diciéndome que “no se meterá más en mi vida» —le tocaba hacerse la víctima, como de costumbre. Me pinchaba, reaccionaba y la que se enfadada era ella. Aburre su dinámica—.

Finalmente termina pidiéndome perdón. Añade también que “suele decir lo que piensa cuando tiene mucha confianza con alguien” y para victimizarse un poquito me dice que “se ha dado cuenta de que no debería hacerlo siempre” —cuando tiene mucha confianza con alguien aprovecha para hundirlo sutilmente—.

Para suavizar la situación, le suelto una broma y ella la aprovecha para victimizarse más todavía. Le decía que la perdonaba y le mandaba un abrazo. Pero nada… Ella ya no quería hablarme.

Me tocaba arrastrarme otra vez. Me ganaba una y otra y otra y otra vez.

¿Cómo darle la vuelta a la tortilla en 3 sencillos pasos? Primero trata de hacerle ver que tienes buena intención, después espera a que te perdone, y por último, hazte la víctima como si la afectada fueras tú.

Mientras yo rogaba sus abrazos por el chat, ella lamentaba no sentirse segura porque no podía desahogarse y soltar todo lo que pensaba —en otras palabras, yo era su saco de boxeo, su cubo de basura. Se desahogaba haciéndome daño. Wow. Y si no se lo permitía, la mala de la película era yo—.

Yo continuaba mendigando abrazos en el chat del infierno, seguía hundiéndome en las arenas movedizas. Y ella me rechazaba fríamente —merecido. Por no aguantar su maltrato—.

Cuando parecía que todo había terminado, en realidad solo acababa de empezar. Me encontraba atrapada en un bucle en el que yo era la víctima que trataba de levantarse tras ser golpeada y noqueada, y ella era el lobo con piel de cordero que sabía como disfrazar el abuso de consejo.

Solo quería que me pidiera perdón, que se diera cuenta del daño que me hacía. No pedía más. El problema es que damos por hecho que todo el mundo conoce la empatía y nos cuesta entender que hay personas que ni la conocen ni la van a conocer en su vida.

“Me haces daño”, le dije —cuánto sufría sin darme cuenta… Es increíble lo rápido que nos olvidamos de lo malo—. Ella me responde que “yo empecé haciéndole daño” —uy esa tortilla. Manipula más que respira—. Vuelve a repetirme que “opina porque confía en mí, pero que no volverá a hacerlo más” —pobrecita…

Ella confiaba en mí… y yo fui tan mala defendiéndome…—. Le transmito una vez más que me duelen sus palabras y ella me contesta que “corregir está bien, ya que es por mi bien, y si no me gusta, ella no puede hacer nada…” —no sé por qué me costaba tanto dejar que me corrigiera, si al fin y al cabo ella era superior a mí y debería hacerle caso—. Yo le decía que prefería un abrazo pero ella me adelantaba que ya no iban a haber más abrazos —te castigo por defenderte de mis ataques.

A ver si así espabilas y te enteras de una vez de quién manda. Yo gano y tú pierdes. Y hasta que no te enteres seguirás recibiendo más castigos y rogando mi cariño—.

Venga, que estamos a punto de llegar al final. Yo reitero por enésima vez lo que me molesta, como si sirviera de algo o si le importara, y ella decide terminar la conversación —se acabó la conversación, las conversaciones se acaban cuando ella diga—. Ya no le interesaba seguir hablando de eso. Y además, aprovechó para cambiar de tema como si no hubiera pasado nada.

Por otro lado, también me llamaba “juguetona”. Para ella, yo siempre era la que iba detrás de muchas chicas, hasta bromeaba con que me gustaban todas. Y efectivamente, me encanta tontear, lo admito.

Me gustaban tres chicas. A ella le gustaba uno, tonteaba y fantaseaba con otro (ya van dos), tres, cuatro, cinco, seis, y a saber con quién más… Pero eso sí, nunca admitía ser como yo. Aunque desde luego, yo nunca podría confesar un falso amor en la primera o segunda cita y después tirar a esa persona a la basura, como ella hizo con un chico que conoció durante nuestra amistad especial.

Y tampoco estaba saliendo o enrollándome con varias personas a la vez. Ni lo estaba ni lo he estado en mi vida.

Me repetía siempre que ella “no era como yo”, que tardaba en liarse con alguien. No le bastaba con mirar a alguien para sentir una atracción inmediata, ella necesitaba tiempo.

Por supuesto, etiquetándose de persona tradicional, fiel y correcta.

Lo que le pasó con el susodicho fue un sueño que tuve yo, no tenía nada que ver con la realidad. Y las fichas que me tiró el segundo día y el día que se lanzó a besarme sin ton ni son son alucinaciones mías.

Recuerdo también cuando me dijo: “Si yo tengo un problema contigo, podemos hablarlo y lo solucionamos, pero si te niegas a hablar las cosas, yo no podría hacer más. Pero si haces cosas que me molestan y las repites a pesar de mis avisos, no me molestaría en hablar”.

Cuando yo le decía que me hacía daño con sus palabras parecía que le entraba por un oído y le salía por otro, vamos, que repetía su actitud hasta cansarse. No tenía ningún interés en cambiar.

¡Ah!, y cuando me dijo que yo me creía mejor que muchos, pero solo para ayudarme a mejorar, eh.

Un día le reconocí que yo no quería tener hijos porque soy muy exigente y no quiero tener a mi hijo frito. Ella me respondió que le daba pánico que yo fuera tan estricta. Atentos a lo que me soltó una vez mientras veíamos una película en el cine.

Cuando vio que la protagonista se escapaba por la ventana de casa para salir de fiesta, ella me dijo algo así como: “Por estas cosas pondría yo un chip localizador a mis hijos” —algo super normal, vamos. Eso desde luego que no le daba nada de pánico. Que yo evite tener hijos por miedo a cometer errores, sí—.

Añado una más. Esta también podría estar en el siguiente punto. El día que le conté que me sentía mal porque por un malentendido no salí con unos amigos y les dejé tirados, me dijo: “Debes aprender a comunicarte y ya está”, en forma de consejo, claro.

Como diría David en su blog: “En una pareja sana no se aprovechan las debilidades del otro para menospreciarle e inflar tu ego”.

 

⦁ 4.- A menudo, insensibles con los sentimientos de los demás. El dolor ajeno no les duele y siempre encuentran una justificación para no sentir compresión y empatía. Es común a todas las personas tóxicas no sentir compasión y empatía. Delante de la gente fingen sentirla para que nadie sospeche, pero de puertas para dentro (contigo) no necesita fingir.
Cuando lloraba delante de ella por el daño que ella misma me había causado era incapaz de acercarse a darme un abrazo. Vete tú a saber lo que se le pasaba por la cabeza.

A continuación, voy a contaros el episodio más doloroso que me hace temblar cada vez que lo recuerdo. Una noche que, a día de hoy, me sigue doliendo tanto, que no me atrevo a hablarlo delante de alguien. Tan solo recordarlo mientras escribo cada palabra me provoca escalofríos.

Recuerdo aquella noche, tan apacible… Llena de besos apasionados… Parecía que no había nada ni nadie en el mundo que pudiera entorpecerlo. Qué ingenua fui… Me olvidé de ella.

Nunca me hubiera imaginado que ella misma podía subirme al cielo y bajarme de un tirón al infierno.

La realidad estaba a punto de superar a la ficción. Todo era tan dulce, tan romántico… Sentía tanto por ella y estaba tan emocionada que me atreví por fin a pedirle salir oficialmente. Respiré, me armé de valor y se lo solté… ¡Le pedí salir! ¿Qué bonito suena, verdad? ¿Cómo reaccionó ella? Parecía que tenía un discurso preparado, o quizás era el mismo discurso de siempre que repetía con todos sus satélites.

Empezó poniéndome condiciones: respetar su libertad, sus días en los que quería estar sola. Yo la corté enseguida y le dije que entonces prefería seguir así, ya que nos veíamos casi todos los días y con eso me bastaba. También, para tranquilizarla, añadí que para mí era como si estuviéramos saliendo, y que no necesitaba pedírselo, ya que solo quería estar con ella. Esto último se lo dije unas cuantas veces anteriormente.

Me negaba a aceptar sus condiciones, yo quería verla más a menudo, sin cláusulas que aparecían de repente. ¿Por qué si éramos amigas podíamos vernos casi todos los días y si éramos pareja decidía cambiar las normas del juego? ¿A qué estaba jugando?

Bueno, ya está, no pasa nada. Ella debía respetar mi decisión, ¿no? Pues no. ¿De verdad pensaba que podía retroceder un paso atrás sin recibir un escarmiento? Me merecía un buen castigo. La ira narcisista había sido despertada. Apenas estaba preparando las balas en el cargador.

Minutos después, continuamos conversando tranquilamente sobre el mismo tema, hasta que ella abrió la boca, ella apretó el gatillo. Me soltó de repente que, en unos días, probablemente, no nos volveríamos a ver. Yo entro en pánico y rompo a llorar rápidamente.

Estaba llorando como una magdalena. Sentada con la cabeza agachada, haciéndome daño en el brazo con una barra incómoda y llorando desconsoladamente. Y sí, desconsoladamente, ella ni se molestó en acercarse. Ella estaba ahí, fría y quieta como una farola. Me estaba demostrando quién mandaba, quién reinaba en el juego y quién tenía poder sobre quién.

¿Tan difícil era dar un abrazo? ¿Es mucho pedir? ¿Qué clase de persona provoca el llanto de otra y se queda de brazos cruzados a centímetros de ella?

Despúes de ese extraño suceso seguimos hablando como si nada hubiera pasado. No hay un “perdón”, ni un “lo siento” y mucho menos una muestra de arrepentimiento. Nuevamente vuelve a sorprenderme, pero esta vez con una pregunta. Me pregunta si le he pedido salir porque iba a irse de viaje próximamente a Coachella —¡no me podía creer lo que estaba escuchando!—. Le di mil explicaciones para que entrara en razón, insistiendo en que nunca hubiera pasado por mi cabeza semejante barbaridad —¡es que me parecía surrealista!—.

A ella no parecía convencerle mis palabras, daba igual lo que dijese, ya fuera en español, chino mandarín o japonés, así que yo me cansé y le dije que me agotaba darle explicaciones. Si ya de por sí me consumía mostrarme leal ante ella todos los días, aquel día, después de ese disparate, mi cansancio se multiplicó por tres.

Ahora me toca contaros la maravillosa conversación que mantuvimos cuando descubrí que estaba atada a una tóxica y me había armado de valor para mandarle a la mierda días después.
Le recordé el episodio que acabo de mencionar —obviamente en ese momento no quería saber nada de ella y solo quería quitármela de encima, pero fingía amistad y la hablaba con tacto por pena, ya que todavía no era consciente de todo el daño que me había hecho. Algo que ella misma también hubiera hecho desde luego (nótese la ironía)—.

Se defendió respondiéndome que el miedo le impedía decirme que quería estar conmigo —sí, sí, sólo había que ver su rostro frío, vengativo y manipulador. Desde luego que así es como se le dice a la persona que te gusta que quieres estar con ella.

Todo muy lógico—. Continúa diciendo que es una manera de ligar en Córdoba —me deja tirada llorando y dice que lo hizo para ligar conmigo. Utiliza la excusa de Córdoba para hacerme pensar que es algo que desconozco y desviar el tema.

No tiene suficiente con hacerme daño, encima miente y se inventa tonterías para justificar su maltrato y su falta de empatía—. Como veía que no la creía, siguió excusándose. “Le dolía verme llorar”, me decía. Lejos de pedir perdón, volvía a justificar su actitud, ¡y encima con mentiras!

 

⦁ 5.- Manipulan las conversaciones para evadir su responsabilidad. Cuando se encuentran atrapados cambian de tema o se cabrean. Todas las personas tóxicas tienen una extraordinaria capacidad de argumentación. Te argumentarán sus razones y sus puntos de vista tantas veces que al final te darás la vuelta pensando si no eres tú el que ha perdido la cabeza.
Cuando tonteábamos me decía que yo jugaba con ella tantas veces… que terminé creyéndomelo y comprendiendo sus estallidos, olvidando que ella también se lo pasaba bien. Curiosamente siempre volvía a mis brazos.

 

⦁ 6.- Mentira crónica.
Me decía que prefería estar en cualquier lugar antes que volver a su casa porque tenía una mala relación con sus padres. Cuando estaba en su casa, se notaba a kilómetros que su padre la tenía mimada y se preocupaba por ella.

Cuando hablábamos de vernos en su casa cambiaba su argumento. Primero decía que la trataban mal y luego reconocía estar exagerando.

También me dijo hace unos días que no me conocía de nada y que fui yo la que apareció en su vida. Algo curioso, ya que ella comenzó preguntándome por los programas de televisión que había presentado y parecía conocerme bien porque había oído hablar de mí.

Por otro lado, me contaba verdades a medias cuando me hablaba de una relación que tuvo con un ex. Primero me decía que él le controlaba el móvil, le controlaba la vestimenta, le prohibía maquillarse, etc. A los pocos minutos, confesaba que ella también le controlaba su teléfono. Además, admitía haber triangulado hasta aburrirse, y para colmo, le echaba la culpa a la tercera persona, porque claro, según ella, “no supo dejarle las cosas claras”.

Reconocía ser consciente del daño que su exnovio sufría y se mostraba arrepentida por ello, pero sin embargo lo repetía hasta saciarse.

Para que luego digan los psicólogos que ellos no son conscientes del daño que hacen. Confesaba haber sido muy consciente del daño que le hacía a su ex. Triangulaba con él como quería y para excusarse decía que “no sabía cómo dejarle las cosas claras” —pobrecita, hace daño conscientemente pero ella no tiene la culpa. Siempre se sale con la suya para hacerse la víctima—. Cambiaba la versión y encima se permitía el lujo de victimizarse con excusas —claro, solo estaba justificado lo que ella hacía. Primero parece sentirse culpable y después se hace la víctima—.

Cuando le dije que yo prefería estar muerta antes que controlar el móvil de mi pareja, ella se defendió alegando que “Los seres humanos guardamos un lado malo que puede aparecer en cualquier momento” —así suavizaba el abuso. Se cree que es normal triangular y maltratar—.

Finalmente terminó confesando haber sido igual de tóxica en la relación.

 

⦁ 7.- Te racionan la atención.
Ella sabía desde el principio que yo me preocupaba cuando alguien desaparecía durante horas. Es como que automáticamente pienso en lo peor y me preocupo, a veces incluso llego a pensar en un accidente o en la muerte.

Durante esos primeros meses de conocernos, se mostraba empática y me avisaba si iba a desaparecer unas horas para que yo no me preocupase. Todavía se encontraba en la fase de Love Bombing, estaba obligada a fingir.

Semanas después se pasó por el forro mis preocupaciones. Me dejaba de hablar los fines de semana con la excusa de que necesitaba desconectar. Una excusa que no servía para nada porque si fuera verdad me avisaría para no preocuparme. Pero ella no, ella no avisaba a propósito, me estaba racionando la atención. Y tal vez pensaréis que a lo mejor no era a propósito, pero es que igualmente, cualquier persona normal avisaría para no preocupar.

También me evitaba de vez en cuando. Fingía que no me había visto o jugaba con su papel de tímida para no acercarse.

Yo: Me da la sensación de que me evitas en persona

Tóxica: ¿Cuándo? ¿Quieres que esté contigo las 24 horas del día o cómo?

Lo de racionar la atención es algo que hacía sobre todo cuando se enfadaba. Me castigaba con el silencio.

También lo hacía una vez nos despedíamos. Yo cogía el móvil y abría el chat para ver si me escribía. Nada… Nunca llegaba ese mensaje.

Siempre que nos despedíamos me iba con un sabor agridulce que me avisaba de que algo olía a podrido, me avisaba de que ella no quería saber nada de mí y que no me iba a hablar. Pensaba que eran cosas mías, mi miedo a no volver a verla. Lo que no sabía era que en realidad ella me estaba racionando la atención.

Cuando llevábamos casi una semana entera viéndonos todos los días, ella me decía: “Mañana no salgo”, o me decía que necesitaba pasar unos días sola. A mí me decepcionaba escuchar algo así porque para mí ella era mi prioridad e intentaba verla casi todos los días siempre que podía. Yo normalizaba sus argumentos, me hacía pensar que querer verla todos los días era anormal, al igual que tener sexo día sí y día también.

Hasta me hacía argumentarle que era normal hacerlo todos los días porque las dos nos teníamos ganas desde hace tiempo. Ella siempre me convencía con sus mágicas palabras que no era normal, y de alguna manera me calificaba indirectamente de ninfómana. Fíjate hasta dónde era capaz de llegar. Ella, la fantasiosa sexual, fingía que no tenía ganas de tener sexo para dejarme a mí de ninfómana.

 

⦁ 8.- Si le expresas alguna necesidad que a ella no le conviene satisfacer, serás una persona despreciable.
Esto siempre pasaba cuando estábamos en su cama muy juntitas y a mí me entraban ganas de tener sexo. La mayoría de las veces no tenía ganas o le dolía algo o sus padres podían escucharnos. Siempre había una excusa. A veces terminaba convenciéndola pero lo hacía sin ganas. Otras veces me dejaba a medias directamente y yo le insistía para que no me dejara así.

Esta tortura que ella practicaba conmigo se multiplicaba contra mí, por un lado me dejaba con las ganas, y por otro, me hacía pensar que yo era una violadora por insistir tanto. Le importaba una mierda mis necesidades. De vez en cuando me dejaba a medias cuando me tocaba o cuando me veía disfrutar demasiado. Y casi siempre se hacía lo que, cuando, como y cuanto ella quería. Cuando la que mandaba era yo y ella estaba en desacuerdo, se mostraba frustrada y molesta.

 

⦁ 9.- Nunca parece tener suficiente con nada. Te absorbe y te confunde. Tus intentos por hacerte confiable ante ella y demostrarle que le vas a apoyar emocionalmente, que eres honesto, etc. solamente van a servir para que se aproveche de ti más fácilmente. Ella se saltará toda moralidad posible, pero pobre de ti si eres tú el que tiene el más mínimo fallo.
Por más que le decía que no jugaba con ella y le daba mil y una explicaciones, ella seguía erre que erre. Y así hasta agotarme.

Cuando me proponía iniciar una relación, yo me echaba para atrás porque sentía miedo. En realidad no era un miedo a sufrir una imaginada ruptura, sino porque mi interior me estaba alertando, la temía a ella porque era peligrosa. ¿Cómo reaccionaba ella? Castigándome con el silencio con un rostro de tristeza, que realmente era una rabieta por no conseguir lo que quería.

Siempre insinuaba que yo estaba liada con otras. Me hacía repetirle incansablemente que sólo sentía amor hacia ella y que no quería estar con nadie más. Unas declaraciones que nunca salieron por su boca, porque claro, solo yo tenía que demostrarle a ella, ella a mí no. Y mientras tanto, la depredadora quedaba con el susodicho cuando se le antojaba.

Yo nunca le decía nada porque no me gusta meterme en esas cosas y como tampoco éramos nada, no tenía ningún derecho a hacerlo.
Eso sí, ella sí podía sospechar de mí y obligarme indirectamente a darle explicaciones. Y si bien es cierto que yo no tenía ningún derecho a enfadarme por su relación con el susodicho, tampoco debía darle ni una sola explicación. Pero así de tonta fui… Justificaba su actitud porque ella era la pobrecita que sufría TLP, mientras tiraba piedras a mi propio tejado.

 

⦁ 10.- Le encanta el coqueteo.
Conmigo le faltó tiempo para enviarme innumerables fichas en un mismo día.

 

⦁ 11.- Se cree grandiosa. Convencida de que sabe más que los demás.
Ahí va otro estallido. Abrió un debate sobre el doblaje español. Yo, como fan del doblaje, desmentí sus argumentos. Me pedía que parara de hablar, no quería seguir leyendo mis mensajes. Como no soportaba perder la razón se agarró a su argumento hasta provocar mi enfado.

A mí, lo que más rabia me daba, era que ella hablara de un tema el cual desconocía por completo. Cuando se lo dije, ella se defendió respondiéndome que yo no tenía ni idea de lo que ella veía y que por supuesto, llevaba toda su vida interesada en el doblaje y sabía perfectamente sobre el tema. Curiosamente, esa misma noche se puso a investigar. Parecía que se le había olvidado todo lo que sabía, vaya…

Reconozco que esa noche no podía perdonar su comportamiento. No quería verla ni en pintura. Me daba asco. Me olía a narcisismo puro y duro. Pero en mi contra, yo tenía una ansiedad terrible que me presionaba a perdonarla. Era una lucha entre la emoción y la razón. Por desgracia, el enfado se me pasó enseguida porque veía absurda la discusión, pero ella aprovechó para victimizarse y hacer que yo me arrastrara.

Siempre esperaba ese momento, ese momento en el que yo bajara el escudo para clavarme rápidamente la espada. Me dejaba una vez más como la mala y continuaba con sus amenazas maquilladas con tono de broma.

Recuerdo que una vez salió el tema del boxeo. Le dije que no tenía pinta de boxear, más que nada por el físico, la manera de andar, etc. Malos prejuicios que uno no puede evitar. Y ella me saltó con que sí sabía boxear. El día que nos subimos a un ring de boxeo no conocía ni la técnica básica de golpeo.

Sin tener una carrera ni un máster, ni mucho menos ser profesional, se considera psicóloga. Se permitía el lujo de llamarse psicóloga. Toma que toma. Me decía, con esos aires de grandeza, que ella tenía la capacidad de leer los pensamientos de las personas. Sabía lo que pasaba por mi cabeza, por la tuya y por la de tu vecina de arriba. ¡Es que ella lo sabe todo y sabe hacer de todo!

 

⦁ 12.- Son envidiosos y creen que la gente los envidia.
Atención a lo que me soltó una vez mi caramelito. Le conté que una compañera de clase redactó una columna de opinión sobre un tema que me tocaba escribir a mí. La excusa de mi compañera era que yo estaba ocupada con otras cosas. Obviamente lo que quería era hacerlo ella…

Pues bien, ella se emocionó, se vio identificada y me dijo que se parecía mucho a ella. Que seguramente esa chica pensaba que nadie podría escribir el artículo mejor ella —claro, entre narcisistas se entienden y se justifican. No hay nada que rebatir—.

A todo esto le admití que yo también era así. Es algo que me pasa cuando no conozco a mi equipo —sí, de autoestima estoy bien cargadita, lo reconozco, pero nunca pisoteo a nadie ni sufro una hernia a la hora de admirar a alguien—.

Continúe diciéndole que, sin embargo, siempre respetaba el trabajo de los demás. Esto último le ofendió y me contratacó para mí sorpresa con esta bella frase que voy a escribir a continuación: “Eso es verdad, pero luego te vendes como actriz en tu portfolio”. Como respuesta a mi enfado y, para terminar de pisotearme, añadió: “Eres aprendiz”.

Su envidia había salido de su caparazón, y yo, que suelo captar a la primera los ataques de envidia, me aceleré enfadándome y mandándole a la mierda. Ella me respondió con risas y pidiéndome que me calmara —se partía de risa, y mientras, yo debía calmarme. Claro, lo que me había dicho no era para tanto, no era ni para ofenderme ni mucho menos para bajarme la autoestima—.

Esas risas demostraban su placer al ver cómo conseguía sacarme de quicio, porque al fin y al cabo era lo que buscaba, aparte de hundirme para subir ella a la cima. ¿Sabéis cómo terminó o todavía no os habéis enterado de la película? Finalizó con su famosa amenaza de dejar de hablarme.

 

⦁ 13.- Utiliza la amenaza y la intimidación para que te ates a ellos.
Me decía que me iba a eliminar de sus contactos, que no me iba a hablar, que iba a huir si me acercaba, que me iba a bloquear, que me iba a bajar al rango de conocidos, que se iba a distanciar de mí, que no me iba a dejar abrazarla más…
Esta misma estrategia la repitió el día que decidí poner fin a nuestra especial relación. Con todo su papo me dijo que “probablemente no iba a hablarme ni a seguir quedando conmigo por un tiempo”.
No sabía que la manipulación ya no le iba a servir para nada.

 

⦁ 14.- Ellos toman pero no dan. Pueden dar pero siempre porque esperan algo a cambio.
La primera vez que me ofreció algo sabía que yo no había merendado, pero no pareció importarle. Recuerdo que me dio un miserable trozo de sándwich de pastrami para probar.

Cuando le compraba dulces apenas se mostraba ilusionada. De hecho, casi nunca daba las gracias cuando le compraba algo. Ni daba las gracias ni se alegraba. Siempre esperaba a que fuera yo la que apareciera con un regalito.

Un día compré unas barritas de chocolate para ella y un bote de aceitunas rellenas de pepinillos para mí. Antes de encontrarme con ella, me comí unas cuantas aceitunas en el coche y cerré el bote.

Estando ya con ella le di las barritas y le pregunté si quería aceitunas y,… ¿sabéis lo que hizo? ¡Se llevó el bote entero! Toma que toma. Volvió a su coche y metió dentro las barritas y mi bote de aceitunas —como si yo le hubiera dicho que le daba también las aceitunas…—. Me dejó sin merendar en aquella caminata. Y claro, a ella le importaba una mierda merendar o no, ya que acababa de comer.

Por suerte, cuando volvimos a su coche pude volver a saborear mis riquísimas aceitunas.

Sí que es cierto que siempre que iba a su casa me ofrecía comida, pero a veces tenía comportamientos egoístas. Como aquel día que me dio una miserable y diminuta cookie. Menos mal que ese día íbamos a merendar cookies juntas… Menos mal…

Luego otro día, en el que supuestamente íbamos a comer juntas, preparó merluza en salsa verde con mejillones. Ella sabía perfectamente que a mí no me gustaban los mejillones pero a ella no parecía importarle. Me ofrecía siempre una cerveza aprovechando que me gustaba. Como cuando a un niño le das una piruleta para entretenerle… Luego me ofreció un cola cao con unas galletas de limón.

Este mismo plato lo preparó otro día cuando le pregunté si comíamos juntas. Ella aceptó encantada. Le pregunté por el plato y me dijo “Merluza en salsa verde con mejillones” —los mejillones otra vez en la carta, mi comida favorita—. Le dije que, entonces, me trajera agua —no sé si entendió que quería agua para acompañar o entendió lo que realmente le quería decir: que me conformaba con tomar agua por lo menos.

Que cada uno lo interprete como quiera—. Según bajé del coche, compré una bolsa de magdalenas rellenas de chocolate, de esas en las que vienen muchas, perfectas para compartir.

Con todo su papo se sirvió a sí misma con su queridísima merluza en salsa verde con mejillones, ni siquiera se molestó en servirme a mí también. Cuando le recordé que odiaba los mejillones, ella ni pestañeó, así comía más, claro. Me ofreció la cervecita, como siempre hacía. La piruleta de la que os hablaba antes…

Son detalles que ahora sorprenden pero que en ese momento pasamos por alto.

 

⦁ 15.- Él es libre de hacer lo suyo pero espera que otros sean lo que él quiere que sean. No deja que los demás sean ellos mismos.
Ella podía jugar con cuantos quisiese y cuando quisiese, yo no, yo era la juguetona. Ella podía enfadarse libremente, su enfado estaba más que justificado; el mío no, el mío le provocaba risa y era exagerado, el mío era su motivo de enfado.

 

⦁ 16.- Oculta quién es realmente frente a todos. Nadie sabe quién es realmente. Vive debajo de una máscara que ha fabricado.
Recuerdo una vez cuando escuché a su padre decir que ella tenía mucho carácter. En ese momento le pregunté con risas por qué no me lo había contado y ella se quedó callada —y es que claro, yo la conocía como una chica super tímida, y lo que estaba escuchando me parecía sorprendente—.

 

⦁ 17.- Tú terminas sintiéndote responsable del problema. No importa lo que haga: él gana, tú pierdes, así de simple.
Si tonteamos, es mi culpa; si le da un ataque porque mi actitud le ha recordado a su ex, es mi culpa.

Recuerdo cuando estalló contra mí acusándome de haber jugado con ella. Me dijo que jugara con quien tuviera el mismo nivel mental que yo y con quien no tuviera sentimientos al igual yo —¡me lo merecía!—. Siguió diciéndome que no sabía valorar una amistad —soy mala, egoísta, no tengo sentimientos y como amiga dejo mucho que desear—. Así me describía la niña de mis ojos. Cómo iba a enfadarme con mi pequeñita…

Para defenderme, le contesté que ella también jugaba, pero para mi noble respuesta ella tenía una mejor contestación que me dejaba en fuera de juego: “Siempre me dices que no quieres hacerme daño pero inconscientemente me lo haces. Podrías haberme dicho que te molestaba. Lo siento, no volverá a pasar. Para mí eres mi amiga, yo no me acerco a ti cariñosamente a propósito, no lo hago con una intención romántica y en ningún momento he intentado un acercamiento”.

Os pongo en contexto, estos mensajes son del día que estuvimos tonteando en mi coche. Nos abrazábamos, jugábamos… Y siempre, siempre, siempre, en cada abrazo, ella aprovechaba a pegar sus labios en mi cuello. Todo era muy amistoso la verdad. Si yo podía pensar que ella buscaba algo más eran imaginaciones mías. Vaya… Menudas películas me estaba montando. ¡Qué peliculera soy!

Ella podía provocarme cuanto quisiese y yo tenía completamente prohibido reaccionar. Solo le faltaba darme pautas para respirar.

Por WhatsApp, su plataforma preferida para abusar, provocaba mi enfado cuando veía atacada mi autoestima. Yo me defendía contratacando duramente y ella apenas respondía. Si le mandaba a la mierda, parecía darle igual; si le sacaba el dedo, le daba igual. Digamos que se hacía la tonta. Supongo que disfrutaba sabiendo que tenía el poder de desestabilizarme. Eso sí, cuando trataba de hacerle ver que me había hecho daño, ella no tardaba en disculparse y, como no… justificarse.

Me daba muchísima rabia explicarle que sus comentarios me hacían daño. Me sentía estúpida. ¿Quién podría creerse que ella en realidad no se daba cuenta del daño que hacía? ¿Cómo se puede creer a una persona que primero alega que es una broma y cinco minutos después reconoce haber hablado de malas maneras? ¿Cómo se puede creer a alguien que te ataca y se descojona viendo tu reacción?

Y precisamente, esa calma con la que ella respondía a mis contrataques, era la que me hacía sentirme un maldito monstruo. Incluso llegaba a pensar que mi reacción era exagerada. ¿Sabéis por qué? Porque ella se hacía la tonta y maquillaba sus palabras alegando que “es por mi bien” o que “no son burlas” o que “me enfado muy rápido” o que “somos diferentes y por eso no nos entendemos” o que “malinterpreto sus palabras”. El problema siempre era yo, que no sabía controlar mis emociones.

 

⦁ 18.- Actitud de “Voy a cumplir con tus necesidades si tú cumples con las mías. Si no lo haces voy a encontrar a alguien que lo haga”.
Esta es la triangulación que mencioné en el punto 9. Cuando empezamos a tontear conoció a un chico y me lo contó abiertamente —daba igual que no estuviéramos juntas, el juego era el juego, de eso vive, lo lleva por bandera—.

Tuvo la suerte de conocer al hombre que siempre había estado buscando. Me alegré enormemente por ella porque sentía que se estaba empezando a enamorar de mí y no quería hacerle daño. Gustarme me gustaba, pero no como para tener una relación de la noche a la mañana. Así que estuve animándola para que lo conociera y así puediera disfrutar de un amor de verdad. Al fin y al cabo, lo nuestro solo era un tonteo, un casi algo, una amistad que podía acabar mal en cualquier momento.

 

⦁ 19.- El dolor que describe nunca es desde la percepción de que cometió un error.
Cuando me hablaba del susodicho decía que se sentía culpable porque su entorno la juzgaba por salir con él tan rápido. Ella no soportaba esa culpa, no soportaba sentirse culpable. Así que, su solución fue no volver a contarles sus relaciones amorosas.

Nunca se mostró arrepentida por haber jugado con él. Le pidió salir en un abrir y cerrar de ojos y le dio un portazo antes de abrir la boca.

Cuando empezó a salir con él, repitió la misma dinámica que utilizó con su exnovio. ¿Recordáis cuando ella decía que se sentía culpable porque le había hecho daño?
Desde el comienzo de la relación ya alternaba el noviazgo con el tonteo (conmigo). Debe ser que el sentimiento de culpa tiene fecha de caducidad.

 

⦁ 20.- La mayoría de las veces te sientes triste por vivir con ella. Es muy hábil en hacer una montaña de un grano de arena.
Bueno, ya habéis leído los estallidos… No me voy a repetir. Pero sí voy a añadir una tardecita de programa de televisión. Ella era la presentadora y yo la copresentadora. El reto era terminar el programa a tiempo y sin prisas. Como íbamos mal de tiempo le eché un cable y se enfadó conmigo. Por una parte entendí que se enfadara conmigo porque ya me había avisado de que no quería que hiciera su trabajo, y yo me había dejado llevar por la impaciencia y la preocupación. Pero igualmente me sentó como una patada en el culo que me hablara así delante de todo el equipo.

Cuando terminó el programa, me acerqué a hablar las cosas con ella. Ella ya tenía una bala a mi nombre. Me soltó: «Todo el mundo se ha dado cuenta». Se refería a que todos se habían dado cuenta de que “yo parecía la presentadora y no la copresentadora». Todo ello con un único objetivo: reforzar mi sentimiento de culpa.

Yo me disculpé y le di ochocientas mil explicaciones, ya que, por supuesto, en ningún momento quería arrebatarle su rol, todo lo contrario, me sentía muy orgullosa de que ella fuera la presentadora del programa. Y sí, tal vez me equivoqué, pero no era necesario poner en boca de todos lo que ella misma pensaba para hacerme sentir peor de lo que ya estaba. Claramente ella ya sabía que yo estaba arrepentida y su mejor manera de solucionarlo fue metiendo más leña al fuego.

Me rechazaba los abrazos, se apartaba, no quería ni hablar conmigo…

Cuando por fin quiso hablarme, estuvimos hablando las cosas y luego nos fuimos juntas en su coche. Dentro seguimos hablando del tema. Yo me mostraba molesta y dolida por su intención de hacerme daño, pero a ella parecía darle igual, no me decía nada. Claro, qué iba a decir…

Aparcó el coche y caminamos hasta un bar. En el bar seguimos erre que erre con el mismo tema, que de solucionado no tenía nada, hasta que yo me cansé de darle explicaciones y giré la cabeza para no hablarle más.

No tenía sentido seguir hablando, era como hablar con una pared. Me tenía absorbida. Y ella, que pretendía ser más víctima que yo, como si de una competición se tratara, giró también su cabeza hacia el otro lado. La imagen estaba para enmarcar.

Incluyo también el día que se enfadó conmigo porque no ayudé a su amigo en una reunión. Me echó en cara el comportamiento de los compañeros que se posicionaron en su contra, culpándome también de no haberlo ayudado a la hora de defender su propuesta. Yo también pertenecía a su equipo, pero en ese momento su amigo ni me saludaba por los pasillos, y en una reunión aprovechó para burlarse y reírse de mí con sus amigos.

Cuando me enteré de que su amigo estaba triste por ello, me sentí mal por él, pero para nada culpable, ya que mi intención no fue darle la espalda a propósito, y así se lo transmití a la tóxica. Esta confesión le provocó una ira que le llevó a culparme una y otra vez y a castigarme con el silencio.

Al día siguiente, quedé con ella en la cafetería de la universidad para ayudarle a entrevistar a unos actores en el plató. Yo la acompañaba y ella caminaba junto a mí fría y con desgana. Todavía seguía enfadada. Me aguantaba solo por interés, por no hacerlo sola.

Justo cuando terminamos la entrevista me dio la patada. Yo esperaba pasar el resto de la mañana con ella, pero ella se fue con sus amigos. Me soltó un adiós frío, me dejó ahí sola.
Me dolió tanto lo que me hizo que volví a la cafetería a tumbar la cabeza en una mesa con los ojos tristes y unas enormes ganas de llorar. Unas lágrimas que estaban apunto de bajar cuando el mesero me preguntó qué me pasaba, mostrándose preocupado. El mesero era normal, una persona sana, maravilloso y además me gustaba. Pero él estaba casado y yo solo era una consumidora más. La tóxica no, la tóxica no conocía la empatía, ella era un auténtico demonio.

Recuerdo que cuando le conté este episodio ella reaccionó con risas, como siempre. Le hacía mucha gracia mi sufrimiento. Es cierto que yo me suelo reír mientras cuento mis tristes experiencias, pero es una manera de reírme de mí misma y de apoyarme en mi sentido del humor como cura y sanación.

Además de las risas, me respondió que tendría que haberle dicho que no se fuera, porque según ella, yo tampoco le dije nada. ¿Sabéis qué es lo peor de todo? Que yo me creía sus absurdas palabras. Es que son expertos argumentando, ¡te dejan sin palabras! ¡Cómo iba yo a decirle que no se fuera, si fue ella la que decidió irse! ¡Si yo estaba parada! ¡Si cuando se fue seguí parada esperando a que se diera la vuelta! ¿Qué clase de perro se creía que era?

Y hablando de perros, después de esto le respondí que la próxima vez iba a perseguirla hasta donde hiciera falta, aunque estuviera presentando. Ella parecía encantada escuchando todas esas palabras, claro, cómo para no alegrarse teniendo a un perrito faldero detrás de su culo. El perro detrás de su amo. Me produce náuseas recordar todo esto.

También cabe mencionar los días en los que estaba triste sin saber por qué, sobre todo recuerdo algunos días que estaba tumbada bocarriba en su cama con la mirada perdida.
Y cuando volvía a casa después de quedar con ella, no volvía alegre o feliz, volvía más dependiente. Me sentía cada día más y más enganchada, pero nada más.

 

⦁ 21.- Les interesan personalidades complejas para así poder planear estrategias sobre cómo manipularlas.
Tal vez por eso llamé tanto su atención. No se cansaba de decirme que era muy diferente a los demás.

 

⦁ 22.- Incapacidad para sacar provecho de la experiencia. No aprenden ninguna lección de los errores que cometen.
Cuando me hacía daño reconocía que era ofensiva y que lo hacía sin querer. Me confesaba que se enfadaba pero sin llegar a perder los papeles, y que luego se arrepentía. Reconocía ser muy tajante después de una bronca, si la discusión se salía de madre prefería alejarse. Pero su esfuerzo por solucionar el problema, de la persona y de su madurez dependía —claro, si la otra persona era madura no iba a perder el tiempo con la rabieta de una niña—. Aunque ella no se refería a eso.

Ella se refería a que si esa persona era inmadura, no se iba a molestar en solucionar el problema —una vez más, echando la culpa a los demás de sus pataletas. Te hiere con sus palabras, intenta solucionarlo, y si te niegas a hablar las cosas con ella eres inmadura y mala persona—.

Reconocía sus imperfecciones, sin embargo, no hacía nada por mejorar, lo repetía una y otra vez. ¿Será que disfrutaba haciendo daño? ¿O disfrutaba con el sufrimiento ajeno para olvidar su dolor interno? Unas veces te hacía daño directamente y otras indirectamente, como cuando me hacía hablar de un tema aún sabiendo que me afectaba.

Una vez me dijo: “No grito, hablo en voz alta y ofendo, pero siempre desde el respeto”. Cuando le respondí que “Ofender no es hablar con respeto”, se defendió contestándome que “Todos los seres humanos guardamos un lado malo”. Así justificaba su actitud, no me extraña que nunca aprendiera de sus errores. ¿Cómo iba a hacerlo?

Ella decía que a veces uno aceptaba la relación tóxica porque el dolor es psicológico y a la gente le gusta el dolor y lo tóxico. Según ella, “El amor no siempre es un camino de rosas, puedes encontrarte espinas por el camino”. Ese era su concepto del amor, qué bonito. Qué manera más maravillosa de romantizar la toxicidad y el maltrato.

 

⦁ 23.- No cierran la puerta definitivamente, te dejan con ganas de respuestas. Es como si no quisieran que sepas que la relación ha terminado para poder así correr de nuevo a por ti y hacer como si nada hubiera pasado, en el caso de que las cosas no salieran bien con su nueva víctima.
Si te deja es porque no le importas ni lo más mínimo. No son personas normales, no necesitan tiempo para sanar, te bloquean inmediatamente de su memoria y siguen con su vida.
Cuando decidió terminar con el susodicho porque supuestamente me prefería a mí, no llegó a cortar con él del todo. Le dijo que quería seguir liándose con él pero sin compromiso. Él, el pobre, siempre la trataba cariñosamente y pretendía volver con ella, pero a ella no le interesaba nada de eso.

Y ahora que ya la he mandado a pasear, habrá contactado con él como si nada hubiera pasado. Pobre susodicho… No sabe lo que le espera…

 

⦁ 24.- No puede estar sola, no te ve como una persona sino como un recurso. No eres más que una distracción para ella, alguien que puede luchar contra sus demonios, llenar su vacío y distraerla de su propio dolor. Para nada está interesada en ser tu pareja al 50%, solo te utiliza para automedicarse.
En un estallido me confesó que yo para ella era su paz y su refugio. Entre todas esas bonitas y envidiables palabras que me dedicaba, me acusaba de haber jugado con ella y haberla utilizado. Se echaba la culpa por seguirme el juego y me amenazaba advirtiéndome de que si quería jugar no sabía con quién estaba jugando —ahí tenía razón, no tenía ni la menor idea de la persona que tenía delante de mis narices—.

¡Cómo me atrevía yo a jugar con la diosa Eris! ¡Si yo debía besarle los pies para que no me enseñara con quién estaba jugando! ¡Si debía reverenciar y adorar a mi diosa! ¡Y de rodillas! Así debía estar, de rodillas. Y lamiendo el suelo por donde pisa.

 

⦁ 25.- Quieren tener siempre el poder en la interacción.
Cuando se cansaba de un tema que yo repetía mucho porque soy muy dicharachera, me cortaba la conversación sutilmente diciéndome que era mejor no hablar más sobre eso o cambiaba de tema o decía que se iba a dormir. Soltaba un “Buenas noches”.
Solo se charlaba sobre lo que a ella le interesaba. Si me sentía mal y necesitaba desahogarme, se enfadaba o me llevaba la contraria, porque claro, solo se puede hablar cuando se siente entretenida o cuidada.

 

⦁ 26.- Su cerebro no contempla que las demás personas tengan sentimientos y necesidades, únicamente tratan a los demás como recursos que se pueden explotar a su antojo, y una vez que se han agotado, se desechan sin más…
Decía que su mente pensaba que nadie podía sentir más que ella y que a nosotros nos ve como máquinas robotizadas que ni sienten ni padecen. Ella sabía que todo esto no era cierto, solo una distorsión de la realidad, pero no podía evitar caer en esos pensamientos. Y aprovechaba para justificar su mala actitud. Esta excusa le servía para machacar a alguien sin miramientos.

 

⦁ 27.- Toda la información que le des la usará más adelante contra ti.
Siempre se mostraba super interesada en mi vida obligándome indirectamente a que me abriera con ella. Me animaba una y otra vez para que le contara mi vida. No se cansaba de insistir.

El día que utilizó una cosa que le conté fui consciente de su mala intención y se lo reproché, pero estaba demasiado ciega y enganchada como para mandarle a la mierda…

 

⦁ 28.- Casi todas las parejas abusivas juegan a rebajar tu autoestima, a veces casi sin que te des cuenta. De esta forma consiguen que te conviertas en una persona más fácil de manipular.
Como cuando me soltó la pullita de: “Eso es verdad, pero luego te vendes como actriz en tu portfolio”. Y a continuación me dijo: “Eres aprendiz”.
Como respuesta a mi enfado se atrevió a amenazarme con dejar de hablarme. Así, para rematar.

Cuando le expliqué al día siguiente y semanas más tarde que me había molestado, se hizo la sueca, la palabra “pullita” le sonaba a chino. Se aprovechó de que no conocía esa palabra, “porque venía de Córdoba y no lo había escuchado en su vida”, para hacerse la inocente. Pobre… con lo santa que era, ¿cómo iba a hacerme daño así porque sí? Todo lo hace sin querer…

 

⦁ 29.- Las personas tóxicas SIEMPRE querrán convencerte de que son superiores a ti, ya sea a nivel de atractivo físico, económicamente, en habilidades sociales, etc.
Casualmente siempre, siempre y siempre era la presentadora de todos los programas de televisión. Y casualmente, antes de que pienses que eso es porque tiene iniciativa, empezó haciéndolo una vez me conoció.

Desde que entró en mi vida no paró de presentar, estaba obsesionada con sentirse superior a mí. Nos conocimos en mayo, parece que de septiembre a mayo le había comido la lengua el gato. A veces he llegado a pensar que quizás se aprovechó de mí para tomar impulso.

 

⦁ 30.- Tiene miedo a ser descubierta. Tienes la sensación de que nunca llegas a conocerla del todo. Te ronda en la cabeza la idea de que te oculta algo, como si tuviese una vida secreta además de la que compartía contigo.
Todavía recuerdo esa extraña mirada que tenía. No podía dejar de mirar esa mirada. De vez en cuando me decía que no la mirara mucho, que le incomodaba el contacto visual. Hasta me respondía con un borde: “¿Qué?, y yo me lo tomaba a broma.

Ahora entiendo por qué le molestaba tanto que la mirara, no quería que viera el monstruo que se escondía en su interior. Notaba cómo contenía el dolor en su rostro, que le hacía hacer unas muecas extrañas. Era como si estuviera evitando sufrir una transformación. La mentira infantil de que es tímida me la tragué entera.

 

⦁ 31.- Ellos son los badboys de nuestra sociedad. Nos encandilan con sus palabras, sus elogios, sus miradas y su vida al límite. La mayoría tarda años en recuperarse de una relación como esta.
Comenzó su Love Bombing fingiendo una admiración hacia mí y después salió a la luz su narcisismo. Le encantaba como yo presentaba, o eso me decía. Con el tiempo me iba dejando claro que no me necesitaba para nada. Solo quería que la ayudara a presentar los programas, para olvidarme de mí misma mientras explotaba todos mis recursos en ella. Pero no necesitaba mis consejos. Quería absorber mi energía para olvidarse de la suya y dejarme débil como una pluma.

 

CONCLUSIÓN

Y para terminar, voy a añadir que esto me ha sentado como un jarro de agua fría. Duele pensar que durante todo este tiempo no he sido consciente del daño que estaba sufriendo. Me hacía daño con sus estallidos y sus manipulaciones, y lo olvidaba, a veces ni me daba cuenta. Ella utilizaba el victimismo y yo siempre terminaba justificando su comportamiento y me echaba la culpa.

Sabía que el TLP la controlaba y por eso trataba de comprenderla y apoyarla, porque eso es lo que aprendí con la serie de SKAM España. En SKAM te enseñan que no debes prejuzgar a los que padecen TLP, que tienes que tener paciencia y comprensión con los estallidos de tu pareja. Ole y ole.

Te enseñan que tienes que tolerar cualquier tipo de maltrato porque ellos están enfermos, así que tú, persona sana, aguanta la que te cae y sufre un infierno que te desarrollará depresión y ansiedad en caída libre sin paracaídas.

Pensar en ello me provoca ganas de venganza, pero por otro lado pienso que no merece la pena… Bastante tendrá con su trauma. Ella decía que solo una persona dañada hace daño a otras personas, y en eso no se equivocaba, se estaba describiendo a sí misma de arriba a abajo.

Ella ya me había advertido de que tenía TLP, de que tenía una máscara, de que no tenía una personalidad formada, de que era ofensiva… No sé qué más necesitaba. Me gustaba tanto esa persona inexistente que no fui capaz de ver la realidad… Como diría David: “Las almas gemelas no existen. Sólo hay personas que se disfrazan de tu alma gemela para hacerte bajar las defensas y abusar de ti”. Y no podría estar más acertado…

Así define Belén Picado a los psicópatas integrados: “Son expertos en hacer que su víctima se sienta única y especial. Y, como auténticos camaleones, tienen una sorprendente habilidad para cambiar constantemente su forma de actuar según las necesidades del momento”.

Cómo iba a sospechar de una persona que se presentaba como una chica especial, una alma gemela. Si parecía más buena que el pan, tan atenta, tan empática y tan humilde. Era de las que despejaban su mente en el mar y en el campo. ¿Y sus amigos? Sus amigos eran humildes también. ¿Cómo una persona cruel se iba a juntar con personas tan humildes…? Ella era buena, como sus amigos…

Su manera de maltratarme era sutil, casi imperceptible, o al menos así lo era para mí en ese momento.

Si hay algo que nunca paso por alto son los insultos y las agresiones físicas, pero ella no hacía nada de eso, por eso nunca le frené los pies. Lo suyo era maltratar con comentarios dañinos, ella sabía lo que me molestaba, conocía mis puntos débiles.

Por eso siempre me preguntaba por mi vida, se interesaba en las cosas que me molestaban con la excusa de “no provocar mi enfado en un futuro».

En ese momento pensaba que quería evitar hacerme daño, y tal vez así lo era, pero su actitud en sus ataques de ira demostraban todo lo contrario. Utilizaba toda esa información para darme donde más me dolía, para provocarme y después reírse descaradamente con una risa aparentemente conciliadora, pero que en realidad era una risa psicópata.

Creo que la mejor manera de darse cuenta de que estamos atrapados en una relación tóxica, es hacer un balance entre el principio de la relación y la actualidad. Esa es la mejor manera de abrir los ojos. Con el tiempo se cansan de brindarnos ese asombroso y falso amor y aprecio.

Se vendió como una persona amorosa y con el tiempo asomó la patita su verdadera cara: una chica fría y calculadora, incapaz de darme una muestra de cariño cuando nos veíamos, solo un frío y extraño “Hola”.

Por WhatsApp le resultaba más fácil fingir y por eso nunca llegaba a entender ese silencio disfrazado de timidez. Conversaciones cálidas por WhatsApp y rostro helado minutos después.

Tal vez esto sea una lección para no confiar tanto en cualquiera y para no hacer cosas por pena. Me daba tanta pena rechazarla que preferí seguir teniendo una amistad para paliar su dolor.

Lo que no sabía era que ella era una loba con piel de cordero que me esperaba con la boca abierta.

Y por supuesto, dolor no sentía. Solo ira, ira narcisista.

 

 

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