Hola a todos. Me llamo Julia, y soy una de esas personas que, sin esperarlo, quedó atrapada en una relación tóxica. Relación que me destruyo y reconfortó a partes iguales ¡O eso creía yo!
Porque he lidiado durante meses con esa dicotomía, hasta que mi salud empezó a resentirse y me lance a la búsqueda de repuestas que me hicieran comprender 2 cosas:
- ¿Por que me quedo en una historia que me hace daño? ¿Qué ha cambiado en mi para mantener una relación que me está destruyendo?
- Y la segunda, pero no menos importante. ¿El comportamiento de mi pareja es normal? ¿Es común que una persona presente patrones de conductas tan inestables? ¿Que perciba las cosas de manera tan irreal? ¿Que tenga dificultades para mantener sus relaciones interpersonales? ¿Qué disocie constantemente?
Con todo ese batiburrillo de preguntas y ninguna referencia, me animé a buscar ayuda.
DESCUBRIMIENTO DEL TLP
Contacté con una psicóloga y le conté mi historia. Después de varias sesiones sugirió con prudencia un posible diagnóstico, advirtiéndome que no era profesional emitir un dictamen sin que el paciente pasara por consulta.
Sin embargo, su “osado” diagnóstico encajaba con las conductas de mi pareja, cumpliendo además con todos los criterios que definen el trastorno. 7 de 7… ¡Touchè!
Sin quererlo, tres simples letras (TLP) arrojaron luz a mi deseo de respuesta. Comencé a leer sobre el trastorno. Devoraba artículos, manuales e incluso libros (“Combustible”, “Deja de andar sobre cáscaras de huevo”, “Personas tóxicas. Como identificarlas y liberarte de los narcisistas para siempre”, etc.) Cualquier detalle sobre el trastorno me servía de guía.
Pase semanas refugiada entre textos que saciarán mi necesidad de respuesta. Quería salvarla (me), pero todos mis intentos entraban en contradicción con lo que leía:
“Si estás con un TLP que cumple las conductas descritas. No va a cambiar nunca”
“Si crees que tú rol de salvadora puede cambiar al TLP, olvídalo”
A pesar de las lecturas y de mi “poco conocimiento” sobre el trastorno, seguía sucumbiendo a sus encantos. Por aquel entonces, su manipulación y mi tremenda empatía me convertían en la víctima perfecta. Y todos mis intentos por salir de esa relación eran frustrados.
Su facilidad para manejarse en el conflicto, me agotaba emocionalmente. Cualquier situación por irrelevante que fuera generaba una reacción y casi siempre desmedida e irreal.
Discusiones, gritos, insultos, desprecios, amenazas. Cualquier situación eran la excusa perfecta para devaluarme, para arremeter contra mí y acusarme de ser una neurótica. Siempre yo, nunca ella.
Jamás se sintió responsable de nada. Aún hoy, 4 meses después de nuestra ruptura definitiva (la descarté) sigue proyectando (Hoovering) en mis sus propias conductas, negando cualquier tipo de responsabilidad y atribuyendo todo su malestar a mi necesidad de alejarme de ella.
Este bombardeo de acusaciones era frecuente durante nuestra relación y siguen siéndolo en la actualidad.
RESISTIENDO SUS HOOVERINGS
A día de hoy el hoovering es su estrategia para llegar hasta mí y aunque soy consciente de su manipulación debo mantenerme en alerta.
Bajar la guardia no es una opción. Sabe bien cómo manejarse. Alterna correos demoledores con declaraciones de amor que resultan excitante para mi cerebro.
De hecho, hago grandes esfuerzos para no mantener el contacto, pues resulta tentador responder a sus reproches, pero también a sus adulaciones. Porque negar mi atracción hacia ella sería engañarme.
Y he de confesar que hay días duros, muy duros. Días en los que el recuerdo se instala en mi cabeza. Por eso rebusco en mi cerebro buscando situaciones que me hagan revivir sus ataques, sus descalificaciones y sus afirmaciones sobre mi (narcisista, cínica, clasista, compleja, comediante, dramática, consentida, tacaña, inmadura, inconformista, etc.)
COMO ME MANIPULABA Y CONTROLABA
A menudo pienso en sus devaneos y en ese coqueteo indiscriminado (la camarera de turno, la amiga de alguien, etc) que me hacían tambalear. Porque nunca terminan de soltar, siempre hay una o varias víctimas de las que obtener combustible. Cualquier situación era una excusa para hacerme ver su poder de seducción.
Yo solo fui un cadáver más, alguien a quien seducir y engañar con mentiras. Durante 8 largos meses me convertí en la diana de sus ataques.
Era capaz de todo. Fingía accidentes de tráfico. Accedía al interior de mi edificio para controlarme. Propiciaba encuentros “casuales”. Inventaba agresiones físicas para coaccionarme y me amenazaba constantemente con “contarlo todo”.
Grababa nuestras conversaciones telefónicas. Me hacía fotos mientras dormía (esto lo supe más tarde). Proponía tríos y encuentros sexuales con otras personas para validar mi interés por ella, etc.
Constantemente, me acusaba de prepotente y engreída. Cuestionaba a mis amigos sin ni si quiera conocerlos y afirmaba que elegía a estos por su status económico.
Medía y criticaba cualquier aspecto de mi vida. Cómo vestía, en qué gastaba mi dinero o qué relación mantenía con mi entorno.
A veces adulaba mi forma de vivir y más tarde me devaluaba, jactándose de haber compartido cama con gente mucho más cualificada que yo o mejor posicionada económicamente.
NUNCA ERA SUFICIENTE CON ELLA
Siendo honesta…Nunca me importó su posición económica, ni su profesión. Me sentía profundamente conectada con ella y para mí era irrelevante si ganaba 500 o 1000€ al mes.
Tenía que reforzarla y validarla permanentemente para que no se sintiera herida, haciéndole saber que sus elecciones de vida eran acertadas, que tenía potencial para llegar donde se propusiera y que luchase por alcanzar sus objetivos.
No dudaba en apoyarla, pero nunca era suficiente. Durante el periodo que duró nuestra “relación” cambió de trabajo hasta en 4 ocasiones.
Era inconsistente en sus proyectos y casi siempre tenía problemas con sus jefes o compañeros/as de trabajo a los que tachaba de incompetentes y estúpidos/as. Siempre los/as demás…
Su vida era un misterio. Nunca supe el nombre de su empresa, ni fui a su casa. Con el tiempo descubrí que sentía vergüenza del lugar donde vivía. Estaba llena de complejos e inseguridades que en su mayoría eran irreales.
Su comportamiento era imprevisible. Pasaba del 0 al 100 en milésimas de segundo. Temía sus explosiones y sus ataques de ira, porque arrasaba con todo.
Aún hoy recuerdo nuestra última conversación. Ese día comprendí que su falta de empatía era patológica. La miré a los ojos y pude comprobar que gozaba con mi sufrimiento.
Yo estaba rota. Había perdido peso y pelo estrepitosamente. Llevaba meses sin dormir y sin comer. Tenía dificultades para concentrarme en el trabajo y me había desconectado de todo mi entorno. Tenía miedo, mucho MIEDO.
Mi descarte provocó un acoso indiscriminado. Llamaba compulsivamente al portero de mi casa. Se colaba en mi edificio para espiarme. Me amenazaba a través de correos electrónicos y buscaba cualquier resquicio para comunicarse conmigo. Llego a crear listas de Spotify con frases que me dedicaba.
COMO ME ENCUENTRO A DIA DE HOY
Han pasado 4 meses desde aquella conversación. En el medio tuve que cambiar de trabajo y regresar a mi tierra.
Volver a mi ciudad natal y estar con mi familia me ha permitido recuperar algo de tranquilidad, pero la vuelta está más cerca y tengo miedo, mucho miedo.
Salir de esta historia ha sido más complicado de lo que nunca imaginé. Aún hoy tengo dudas de mi fortaleza y a ratos me siento tan vulnerable que temo una recaída.
Hace poco que recibí su último email. Sigue insistiendo y acusándome de ser la responsable de todo su malestar. Jamás he respondido a ninguna de sus provocaciones y no tengo intención de hacerlo porque sé que no resolvería nada. Pero a veces me pregunto:
¿Cuántos cierres necesita una historia para culminar? ¿Cuántas excusas puede inventar una persona para seguir en tu vida? ¿Cuánto tiempo ha de pasar para que mi enganche emocional me permita liberarme de su recuerdo?
Solo espero que esta experiencia me cambie por dentro.